Manolo Caracol abrió Los Canasteros en 1963 para salvaguardar el verdadero flamenco. «Nada de artistas mixtificados«, diría este cantaor sevillano. Hoy no queda nada del que fuera el tablao más importante y aristocrático de Madrid.
En la calle Barbieri número 10 de Madrid, pegadito a la Gran Vía, Manolo Caracol inauguró el tablao Los Canasteros en 1963. Y lo dirigió personalmente hasta aquel fatídico accidente de tráfico de 1973 que nos dejó sin su voz afillá y única.
Prácticamente, el cantaor de origen sevillano se encerró entre sus paredes los 10 años en los que estuvo al frente. Antonio Mairena, su «rival», reinaba por entonces en los festivales flamencos, así que él no estaba «invitado» a casi ninguno. Por lo que, a partir de la apertura de Los Canasteros, Manolo Caracol decidió que actuaría solamente en su tablao, con muy pocas excepciones. Melchor de Mairena sería su guitarrista estrella y su yerno, Arturo Pavón, el pianista oficial.
El tablao Los Canasteros se inauguró el 1 de marzo de 1963 con una gran actuación de Manolo Caracol con el piano de Arturo Pavón
Los extranjeros sienten el flamenco más que muchos españoles»
Enseguida, le llovieron las críticas. Y con frases como «los extranjeros sienten más el flamenco que muchos españoles», Manolo Caracol respondía a los que cuestionaban que en un tablao se pudiera dar buen flamenco. Y al entrar, a la izquierda, donde la barra de bar, tres retratos: Antonio Chacón, Enrique el Mellizo y Manuel Torre. Toda una declaración de intenciones.
Es más: por si había dudas, el local se publicitaba como «el tablao que ha de conservar la más pura esencia del flamenco».
El mismísimo Manolo Caracol repartía las tarjetas del tablao como si fuese «el relaciones públicas» de una discoteca moderna.
«Nada de artistas mixtificados», diría este cantaor sevillano en una entrevista en abril del 63. Los periodistas de la época escribieron de Los Canasteros que era «auténtico», «aristócrata», «el mejor», quizá acordándose de que el cantaor sevillano era un invitado especial de Francisco Franco.
Era tal el éxito de Los Canasteros, que la Duquesa de Alba, Cayetana Fitz-Sutart, lo bautizó como «el Teatro Real de los gitanos»
El tablao, de dos plantas, tenía al fondo un escenario al estilo de los de las cuevas del Sacromonte (Granada). Ante él, mesas elegantes que se llenaban de políticos, nobles, toreros, actores y aficionados de todo tipo. Cortinas espesas de La Alpujarra garantizaban un cálido y discreto ambiente.
Contaría en RNE el guitarrista Paco Cepero, que comenzó su carrera allí, que a las 11 de la noche empezaba a animarse el local.
La cantidad y calidad de los artistas que pisaron el tablao de Caracol era impresionante. Desde una joven Manuela Carrasco hasta el mismísimo Antonio El Bailarín, que ya era un mito. Cantaores que empezaban, como Pansequito o La Susi, o guitarristas que se consagrarían en su escenario, como Enrique de Melchor o Sorderita.
Pepe Marchena, Juanito Valderrama. La Niña de los Peines, María Vargas, Juana Loreto, Fernanda de Utrera o Paco de Lucía actuaron también en el histórico tablao.
Después, con el local cerrado al público, la noche seguiría regada con vino tinto, copas, buen jamón y mucho flamenco. Porque ya solo quedaban los artistas, que debatían, improvisaban cantes y se inspiraban al acorde de las guitarras. Ava Gardner, que vivía en Madrid intentando olvidar a Frank Sinatra, era una habitual, aunque no tanto por Caracol como por lo guapo que era un cantaor del cuadro flamenco llamado Bambino.
Enrique de Melchor aprendía de aquellas grandes figuras tras una cortina hasta que su tío, Manolo Caracol, le dio la oportunidad de actuar con solo 15 años: «Tuve mucha suerte. En esta época sería muy difícil tener a esos grandes maestros», diría años después
De tablao a discoteca VIP
La trágica muerte de Manolo Caracol provocó el cierre temporal de Los Canasteros. Sus hijos y Arturo Pavón intentaron reflotarlo, pero finalmente, el tablao Los Canasteros echó el cierre definitivo en 1993.
El local lo ocuparía El Patio de la Carreta, dedicado al tango argentino, aunque una vez a la semana sonaba flamenco. Cancanilla de Málaga actuaría en una de esas ocasiones.
Después, en el 96, abriría una discoteca llamada Sala Polana por la que pasaron famosos y famosillos. Tras años entre local de copas y sala de ambiente gay, se puso a la venta por casi 4 millones de euros (el precio incluía cuatro apartamentos situados en el mismo edificio). Hoy, la imagen bajo estas líneas es lo que queda del «templo de los gitanos», Los Canasteros.