No vamos aquí a hablar mucho de su vida, más bien, de su obra. De cómo su intuición, su personal voz y su conocimiento profundo del flamenco «de siempre» fueron la base perfecta para volar. Camarón de la Isla es y será siempre un icono del mejor flamenco.
Quizá fuera una señal, una casualidad o esta anécdota no es cierta. Cuentan que Juana, su madre, cantó una bulería mientras daba a luz a José Monge Cruz en 1950. Era el penúltimo de 8 hermanos que sobrevivían por el trabajo del padre, Juan Luis Monge, en una fragua. Todos eran gitanos, vivían las tradiciones propias de su cultura ancestral y, claro, el flamenco estaba muy presente. «En mi casa, todos han cantado y bailado, aunque no fueran artistas», explicaría el cantaor más tarde.
De hecho, la fragua de los Monje era frecuentada por grandes cantaores a su paso por San Fernando (Cádiz), y allí el pequeño José comenzó a escuchar a artistas como La Perla, Manolo Vargas, Pericón…
Una historia de necesidad
Cuando su padre falleció a causa del asma en 1966, Camarón tuvo que sacar dinerillo por los barrios de la localidad, así que lo que empezó como un hobby acabó siendo un modo de vida. Y eso que él no quería ser cantaor.
Lo de ir por las tabernas, las plazas o la estación del tranvía de San Fernando con su amigo Rancapino, que también se convertiría en uno de los grandes del flamenco, lo tuvo que convertir en su oficio.
Ganaría concursos de cante, actuaría con otro genio del momento, el muy ortodoxo Antonio Mairena, y participaría en alguna película.
Una voz única, un cante jondo
En sus inicios, escuchaba y aprendía con gran voracidad de aquellos «viejos» cantaores, como él decía. Manolo Caracol era su héroe. Le conoció en la Venta de Vargas, donde se reunía lo más granado del flamenco, pero también chiquillos o anónimos artistas a la espera de que los señoritos les pagaran por sus actuaciones.
Cuando Caracol oyó a Camarón, azuzado este por el dueño de la Venta, que adoraba a aquel chiquillo, se quedó más bien indiferente y le dijo que un rubio no podía triunfar en el flamenco. Aquello le quedó grabado al niño a sangre; años más tarde, se «vengaría» de Manolo en un duelo de voces que Caracol perdió.
Esos aprendizajes y ese mundo influyeron en su estilo durante los primeros años. Un estilo muy gaditano, muy tradicional, que se nota en sus primeros temas con Sabicas (entre otros) y en los tres primeros discos que grabó con Paco de Lucía. De todas formas, su padre, cantaor aficionado, y su madre, talentosa también, fueron sus verdaderos maestros, como él confirmaría en entrevistas.
“En la Isla yo nací, yo me crié al pie de una fragua. Mi mare se llama Juana, mi pare se llamaba Luís y hacía alcayatitas gitanas”. Letra de Moral, fandango. Con Paco de Lucía (1970).
De esos tiempos quedó claro que era un cantaor completo (daba igual el palo que interpretase, siempre lo dominaba) y que su voz era capaz de transmitir todo el universo del la gitaneidad en notas a las que nadie llegaba. También destacaba por tener un oído bien fino
Camarón de la Isla y «La canastera» (1972)
En los 60, la apertura al mercado estadounidense traería el rock, el blues, el jazz… Y justo a esos lugares donde había bases militares norteamericanas en Andalucía, como Rota o Morón. Lo cuenta muy bien el compositor Ricardo Pachón en «Vidas gitanas». El flamenco fusión, con más menos acierto, comienza a fraguarse. El grupo sevillano Smash fue uno de los ejemplos más exitosos al respecto.
Camarón y Paco de Lucía estaban muy conectados en ese ambiente creativo y, cuando grabaron La Canastera, comenzó el viaje de los dos por un sendero nunca visto.
En este disco se introducen numerosas novedades en el toque de Paco, pero es el primero en el que se ve claramente el sello del cante de Camarón: una disonancia con el acorde de la guitarra, como si todo estuviera desafinado. Nacía un palo flamenco nuevo o «canastera».
Es en 1976 cuando Camarón da rienda suelta a sus nuevas ideas y hace un álbum lleno de hallazgos heterodoxos. Fue en «Rosa María», en el que llega a hacer unas sevillanas acompañadas por flauta y bajo. En 1977, editó “Castillo de arena”, el primer álbum en el que firma composiciones propias.
Gracias a Camarón, el flamenco llegaría a miles de personas que nunca se habían interesado por el flamenco.
Camarón de la Isla y su «Leyenda del Tiempo» (1979)
Ya no fue con Paco de Lucía, sino con Tomatito, fiel tocaor a partir de ahora. En este disco, fracaso de ventas y muy criticado por los aficionados al flamenco, se mezcla rock, bulería, rumba, bajo, batería y la guitarra gitana de Tomatito.
Además, y no menos importante, aparecen letras que son adaptaciones de poemas de Federico García Lorca con música del grupo Alameda. Hoy, «La Leyenda del Tiempo» se considera una obra de arte.
Y fue justo el disco que marcó el antes y el después del flamenco, el punto de inflexión entre lo ortodoxo y la innovación. También para Camarón que, tras el varapalo de este álbum, volvió a lo clásico. En 1989 llegaba «Soy Gitano». Se convertía en el disco más vendido de flamenco de la historia.
Enrique Morente, otra grande del cante, hablaría así de Camarón: «Ni antes ni ahora hubo un eco como el suyo. Donde ponía la voz hacia oro. Su capacidad de transmisión era asombrosa. Era un sonido nuevo en el cante. Tenía un sello que quedará para la eternidad. Camarón ha influido en todos los cantaores de este tiempo».
Como diría Tomatito: «En nuestra raza es nuestro rey. Ese carisma, esa forma de cantar. Nació genio y se fue genio”.