La bata de cola apareció en los cafés cantantes, lució como nunca en el baile de Pastora Imperio y Carmen Amaya y, hasta hace poco, corría el riesgo de desaparecer.
La bata de cola es, sin duda, parte esencial de la vestimenta de la bailaora flamenca según la llamada «escuela de baile sevillana», la más clásica. Matilde Coral, referente de esta escuela y su mayor defensora, es coautora de un Tratado de la bata de cola publicado por Alianza Editorial. Es el compendio más importante al respecto de esta prenda.
Siguiendo su obra y con la ayuda de la pasarela de We Love Flamenco, hemos podido profundizar en cómo nació esta prenda y queremos contártelo.
Enaguas y tafetanes
En las últimas décadas del siglo XIX, la moda en las mujeres «refinadas» consistía en lucir siluetas que ceñían sus torsos y acentuaban sus caderas, recogiendo metros y metros de ricos tafetanes y finos encajes en la parte trasera de la falda. Esta amalgama caía en una graciosa cola que dotaba de elegancia al atuendo y que se mostraba en salones y bailes. Las enaguas eran la clave del juego de volúmenes, con armazones interiores hasta bien entrado el nuevo siglo.
Las bailaoras flamencas comenzaron a usar este concepto en sus vestidos o faldas sobre el escenario, moviendo la prenda al ritmo del toque y el cante, naciendo así la bata de cola. Las primeras artistas de los cafés cantantes y jaleos, así como las cupletistas procedentes de la zarzuela, abrazaban el uso de la bata de cola para mostrarse al mundo en todo su esplendor, conscientes del efecto de majestuosidad que provoca. Una pieza de la más fina costura que ensalzaba (y ensalza) la femineidad y la personalidad arrolladora de las artistas. Piezas solo asequibles para las estrellas del flamenco que hoy tienen un incalculable valor.
La bata de cola mejor llevada
La Macarona y La Mejorana serían las primeras en lucirlas maravillosamente en sus espectáculos. Más adelante, Pastora Imperio y La Argentina se convirtieron en las flamencas que mejor supieron sacar partido a esta parte del vestuario. También impecables con vestidos de bata de cola, la jerezana Rosa Durán, Matilde Cano o Cristina Hoyos.
Las más lejanas en el tiempo tenían mucho mérito, porque una bata de cola podía llegar a pesar unos 25 kilos. Con el tiempo, nuevos tejidos y técnicas las aligeraron, pero los movimientos con bata de cola tienen su complejidad y su uso ha ido decayendo. Y ello a pesar de que unas alegrías o unas seguiriyas bailadas con bata de cola son todo un regalo del flamenco.
Se llama Justo Salao, onubense de nacimiento, sevillano de adopción, y el maestro de la aguja en lo referente a batas de cola. Este diseñador, que era bailaor antes de modisto, vistió a Rocío Jurado y a Lola Flores, que le nombró el «Rey señor de las batas de cola». También a Carmen Sevilla, Gracia Montes… y a los bailarines del Ballet Nacional de España o a Estrella Morente.
En la imagen, Justo Salao en una exposición alrededor de la bata de cola en la Fundación Carlos de Amberes de Madrid que fue organizada hace dos años por la agencia promotora de We Love Flamenco en colaboración con la Junta de Andalucía.