Con permiso de Rocío Jurado, “la más grande” bien podría ser la bailaora Carmen Amaya, exiliada a América en los años 30 y 40, donde fue la reina del baile flamenco. Su personalidad, risueña, generosa y sencilla se convertía en puro fuego sobre el escenario. 

Biografía Carmen Amaya

Si existe en todo el planeta una bailaora universal, esa es Carmen Amaya. La reina del flamenco nació en Barcelona en 1918 (no en 1913, que casi siempre se menciona) y falleció en Begur (Gerona) un 19 de noviembre de 1963.

Aquella niña que nació en una manta debajo de una carreta en el poblado chabolista barcelonés de Sorromostro, cambió el baile flamenco para siempre. Nadie antes había bailado como ella, y nadie ha vuelto a hacerlo. 

Chiquita y esmirriada

Carmen Amaya llegó al mundo en un poblado gitano de Barcelona. Era la segunda de los once hijos que tuvieron Micaela Amaya y José Amaya “El Chino”. De los once, solo vivieron seis, y la menuda Carmen pronto se iba a convertir en el motor económico de la familia. Su madre era bailaora, su padre guitarrista y también era sobrina de Juana Amaya la Faraona.

Como la mayoría de los gitanos de España en esa época, la familia de Carmen vivía en una pobreza desesperada. Se esforzaban por ganarse la vida como pudieran. Micaela vendía ropa de cama; José compraba y vendía ropa usada. Por las noches, este se ganaba la vida tocando por las tabernas de su pueblo.

Cuando tenía tan sólo unos 4 años, una pequeña y delgada Carmen empezó a salir con su padre. El hombre tocaba la guitarra mientras la pequeña cantaba y bailaba. Después, los dos se dedicaban a pasar la mano o a recoger las monedas que el público les había arrojado al suelo.

Tenía tan gracia natural, que Carmen no dejaba de ganar fans en algunos teatros pequeños y tablaos, en los que actuó a lo largo de su carrera, incluso ya famosa. Por ejemplo, en el de “Villa Rosa”, el Bar del Manquet, en el Nuevo Mundo, en el Cangrejo, en el Edén…

José Sampere, un empresario artístico, fue el primero que se interesó por ella y la llevó a una sala de cierta categoría, el que hoy es el Teatro Español de Barcelona. El gran inconveniente era que su corta edad no le permitía trabajar legalmente, por lo que las fechas de sus vivencias no están muy claras al estar continuamente mintiendo sobre su edad.

“Él cogía (José Amaya: «El Chino», su padre) y yo me ponía a bailar. Me decía: no, eso no, hazlo otra vez, así, eso; está bien, o está mal, o no entras a compás. Cantaba y bailaba. Luego empecé a bailar por soleares, la farruca. Y luego fue cuando mi padre me hizo poner los pantalones y bailar por alegrías. Los pantalones no perdonan: se ven todos los defectos del mundo y no tienes dónde agarrarte», explicaba Carmen en una entrevista.

Carmen de niña

Carmen de niña

Primeros éxitos

«La Capitana” –nombre con el que la habían bautizado en los ambientes flamencos de la ciudad– estaba ya en boca de todos, pero no sería hasta la Exposición Internacional de 1929 cuando su nombre aparecería por primera vez en letra impresa. Era una estrella en ciernes. 

Con su tía, «La Faraona», y la prima de su madre, María, «La Pescatera», fue a París para actuar en un espectáculo dirigido por una popular cantante llamada Raquel Meller. Carmen fue la estrella. Meller estaba tan celosa de su popularidad que la despidió. Seguramente, influiría que se habían peleado a bofetadas la Meller y La Faraona. 

Pero aquel “Trío Amaya” (como se hacían llamar tía, prima y la pequeña) tuvieron muchos más contratos durante un año.

Carmen ya ganaba suficiente dinero para ayudar a mantener a la familia, y pronto se instalaron en su primera casa. El padre de Carmen lo construyó con adobe (ladrillos de barro). Solo había una habitación grande, dividida en una cocina y un dormitorio.

Carmen por Ruano Llopis en 1939

Carmen por Ruano Llopis en 1939

A principios de los años 30, el gran bailarín Vicente Escudero consideraba que solo había tres bailarinas en España a tener en cuenta, La Argentina, Carmita García, su pareja, y Carmen Amaya, «la más flamenca». 

Agustín Castellón, «Sabicas», el famoso guitarrista, describió la primera vez que vio bailar a Carmen: «Me pareció algo sobrenatural… Nunca vi a nadie bailar como ella. ¡No sé cómo lo hizo, simplemente no lo sé!» Carmen tenía unos diez años. Sabicas sería, años después, su pareja durante unos 9 años (aunque muy discretamente llevado).

Sebastián Gash, un crítico muy reputado, habló de ella en el semanario Mirador:

«De pronto un brinco. Y la gitanilla bailaba. Lo indescriptible. Alma. Alma pura. El sentimiento hecho carne. Era la antiescuela, la antiacademia. Todo cuanto sabía ya debía saberlo al nacer”. (Texto recogido de la Fundación Secretariado Gitano).

Triunfo en Madrid y primeras películas

En 1935, Carmen Amaya debutaba en el teatro Coliseum de Madrid, donde Luisa Esteso le daba la alternativa. Ese fue su debut artístico como figura del baile en un teatro. También actuó en el Teatro de la Zarzuela con Concha Piquer y Miguel de Molina. Por primera vez, en Sevilla el 11 de diciembre de 1935, en el Teatro Lloréns, en una función a beneficio de la Cruz Roja. Y no dejaba de seguir bailando en escenarios de Barcelona. 

No solo bailaba. Carmen Amaya tuvo una importante faceta cinematográfica y su debut fue en ese mismo año, participando en la película “La hija de Juan Simón”. Un años más tarde, Carmen compartía escenas con Pastora Imperio en “María de la O”. En este film, también canta. 

La_hija_de_Juan_Simon

Porque Carmen Amaya cantaba muy bien…

Una faceta menos conocida de esta gran bailaora es la de su faceta al cante. Como curiosidad, decir que su padre quería que se dedicase a ese aspecto del flamenco y no a la vida dura del baile. 

Tenía la voz ronca y oscura, típica del cante de raíces gitanas. Una buena muestra de su forma de su talento puede verse en «La reina del embrujo gitano». También en varios discos pizarra entre 1948-1950, que recogen una buena muestra de sus dotes con dos guitarristas de su estirpe, Paco y José Amaya, entre otros.

Carmen Amaya al cante y baile en 1950

Carmen Amaya al cante y baile en 1950

Carmen Amaya en Sudamérica

Cuando estalló la Guerra Civil española en 1936, Carmen y los suyos se encontraban en el Teatro Zorrilla de Valladolid, trabajando en la compañía de Carcellé, el empresario que la hizo debutar en Madrid.

Por esos momentos, las cosas ya les iban bien económicamente y habían comprado su primer coche. Tenían que ir a Lisboa para cumplir un contrato, pero el coche les fue requisado y hasta noviembre no pudieron pasar a Portugal. Tras un viaje en barco durante 15 día, llegaron a Buenos Aires.

En esa ciudad argentina, el triunfo de Carmen Amaya y los suyos superó todas las expectativas. Fueron para quedarse solo cuatro semanas y acabaron viviendo allí durante nueve meses. Cada vez que Carmen actuaba, el teatro se llenaba y las entradas llegaron incluso a venderse con dos meses de antelación. Buena muestra de la enorme popularidad que la artista consiguió en este país sudamericano ha sido la construcción del Teatro Amaya en su honor. 

Recorrió todos los países de Hispanoamérica y de estos años datan las películas grabadas junto a Miguel de Molina y la incorporación de varios miembros de su familia a la compañía.

Carmen Amaya empezó a ganar mucho dinero, tanto es así que, en Río de Janeiro, en el célebre night-club Copacabana, cobraba unos 14.000 dólares por semana. Sabedor de su éxito, un empresario llamado Sol Hukor decidió contratarla por ocho años para actuar por tierras de los Estados Unidos de Norteamérica.

Carmen en Argentina
La gran Carmen Amaya

En EE.UU. se convierte en la mejor bailarina del mundo

Con este empresario artístico, Carmen Amaya llegaría muy lejos. Primero, sin embargo, y mientras su presentación en Nueva York se definía, se rodó un corto de nueve minutos llamado «Original Gypsy Dances». Se estrenó en el World Cinema de Nueva York el 12 de marzo de 1941.

Después de los créditos iniciales, empezaba con una poética descripción del arte gitano de Carmen Amaya, “la mejor bailarina gitana de nuestro tiempo” que “nos revela la fiera pasión y trágica poesía de su tierra natal”. La mostraban con un origen inventado para que su marketing fuera perfecto: Carmen venía de la “histórica ciudad de Granada, en la España mora” y su danza era de la “antigua Alhambra”.

Carmen Amaya es la mejor bailaora

En su vida íntima

Aunque Carmen ganaba mucho dinero, comenzó a sentirse insegura por su falta de educación. La profesión de bailarina durante sus años de infancia le había dejado poco tiempo para la educación formal. Durante el año siguiente, aprendió inglés rápidamente y practicó su escritura. Trató de «pulirse» y desarrollar otras habilidades además de la danza. Pero, prácticamente todos sus biógrafos coinciden en que no sabía ni leer ni escribir (y que no firmaba realmente sus autógrafos). 

Tuvo el peor año de su vida, casi con seguridad, en 1945. Carmen y la compañía se trasladaron a la Ciudad de México. Por esa época, Sabicas dejó la empresa. Él y Carmen habían estado involucrados sentimental y profesionalmente durante nueve años.

Los constantes viajes y la estrechez de la convivencia hicieron mella en la relación entre Carmen y Sabicas. Aunque la bailaora se moría de ganas de casarse, él nunca se lo pidió. En una ocasión incluso tuvieron una pelea en el escenario, lo que provocó que Carmen se marchara hecha una furia en mitad de una actuación en Ciudad de México.

Su relación había terminado y Carmen estaba desconsolada. La empresa continuó hacia Buenos Aires, donde se establecieron durante los dos años siguientes. Allí Carmen sufrió otro golpe devastador. Su padre, El Chino, murió de cáncer de garganta.

En esa época ya había triunfado La argentinita y, mucho antes, una bailaora almeriense llamada Carmencita. Pero con Carmen Amaya, el flamenco tuvo una popularización inimaginable.

Fue contratada por el famoso “Carnegie Hall” de Nueva York en 1942 y por el “Radio City”, donde daba nueve representaciones diarias. Cinco años pasó en los Estados Unidos rodeada de expectación y renombre extraordinarios. Intervino en diversas películas rodadas en Hollywood e intimó con las figuras más famosas del cine norteamericano. En una ocasión, dio un recital en la Casa Blanca, invitada por el presidente Roosevelt.

Cuentan que Roosevelt regaló a Carmen Amaya una chaquetilla flamenca de oro y brillantes. La genial artista, tijera en mano, la repartió a trozos entre su gente. Porque así era ella: a pesar de que Carmen era la estrella, se llevaba lo mismo que el resto de la compañía.

Carmen Amaya en la Revista Life, 1944
Carmen Amaya en EE.UU.
Cartel de su actuación con Sabicas

Cartel de su actuación con Sabicas

En Estado Unidos nació la leyenda de Carmen Amaya. Toscanini diría: “Jamás había visto en mi vida una bailarina con tanto fuego, ritmo y tan terrible y maravillosa personalidad”. Leopoldo Stokowski afirmaó: “Tiene el diablo en el cuerpo”

También la conoció Charlie Chaplin: “Es un volcán alumbrado por soberbios resplandores de música española”. Greta Garbo comentaría de ella: “Es una artista, y si parece poco, una artista única, porque es inimitable”.

Por qué Carmen Amaya revolucionó el flamenco

Antes de la época de Carmen, la bailarina enfatizaba los movimientos de la cintura para arriba, los movimientos de los hombros, los brazos y las manos. Llevaba un vestido con un corpiño ajustado y una falda ancha con volantes. Por lo general, llevaba un chal alrededor de los hombros, pendientes colgantes y una flor o un peine de fantasía en el cabello. En contraste, el bailaor masculino bailaba de cintura para abajo.

Carmen Amaya actuaba con el traje masculino de pantalones ajustados, camisa y chaqueta corta, y utilizó el rápido juego de pies que generalmente solo hacían los hombres. Aunque no fue la primera mujer en hacerlo, fue la más memorable. No dejó, sin embargo, de actuar con largas batas de cola de más de cuatro metros. Realizaba también múltiples giros rápidos que se detenían tan repentinamente que dejaban sin aliento. Todo esto fue hecho por una mujer que medía 1,5 m de altura y que solo pesaba alrededor de 40 kilos.

Estilo masculino en el vestuario
baile de Carmen Amaya

Su maestría alcanzaba altísimos grados en sus famosos garrotíns, bulerías, tanguillos y, especialmente, en las alegrías. En cuanto al ritmo con el que se movía, quizás ninguna bailaora lo pudo abarcar: era un ritmo frenético que, sin embargo, no perdía la línea melódica.

A ella se le debe el baile del palo flamenco llamado taranto. 

Vuelta a España

Hasta 1947 no volvió a España, y lo hizo convertida ya en una estrella indiscutible a nivel mundial. Sus años en América le habían servido para asentar su arte y para que su fama creciera imparable. Se contaban de ella cosas que parecen difícilmente creíbles. Y empezaron a circular en torno a su sorprendente personalidad las más peregrinas historias imaginables. Como lo del pescaíto frito que asaba en sus lujosas habitaciones del Waldorf Astoria.

En 1951, se casó con el guitarrista Juan Antonio Agüero, miembro de su compañía, un hombre perteneciente a una distinguida familia de Santander que no era gitano. Vivieron una auténtica historia de amor, con una boda íntima.

En el año 1959 Carmen vivió otro de los momentos más emocionantes de su vida, cuando se celebró la ceremonia de inauguración de la fuente a la que habían puesto su nombre en el Paseo Marítimo de Barcelona, que atraviesa el barrio de Somorrostro, los mismos lugares y la misma fuente por donde ella había jugado muchos años antes, con los pies descalzos y arrastrando sus miserias de niña.

La enfermedad

Carmen Amaya sufría una especie de insuficiencia renal que le impedía eliminar debidamente las toxinas que su cuerpo acumulaba. Y los médicos no pudieron encontrar ninguna solución a su problema salvo bailar y sudar.

“Elimina todo el veneno bailando. Pero si deja de bailar, le da un ataque al corazón. Y quiero que muera bailando”, afirmó Agüero a un periodista.

Su enfermedad se vio agravada por el rodaje de su última película, “Los Tarantos”, en la primavera de 1963. La bailaora tuvo que bailar descalza y con un frío insoportable, de modo que cada vez que se paraba el rodaje se ponía inmediatamente el abrigo, y nunca hubo que repetir una escena por su culpa. A pesar de estos inconvenientes, Carmen lo sobrellevó con ejemplar entereza, y al acabar el rodaje de la película, iniciaron la gira de verano y el 8 de agosto, encontrándose trabajando en Gandía, Carmen no llegó a terminar su actuación. Estaba bailando uno de sus números, cuando de pronto le dijo a Batista: «Andrés, terminamos».

Muerte y leyenda

Se dice que Carmen dijo: «Quiero una tumba blanca sin nada encima, como debe ser la tumba de un gitano». Su primera tumba, en Bagur, era una de las más pobres del cementerio. Caravanas de gitanos asistieron a un funeral de más de 2.000 personas.

Finalmente, los restos de Carmen Amaya fueron trasladados al cementerio de Ciriego, en Santander, la tierra de Juan Antonio Agüero. Y allí descansa la más grande bailaora de todos los tiempos sin placa con su nombre.

«Carmen murió arruinada, sin cinco céntimos, con deudas, pero con un corazón tan grande como ese monte”, (César de la Lama, diario ABC, diciembre 1967).

Carmen Amaya fue una bailaora fundamental en la historia del flamenco que triunfó en todo el mundo. Toda una leyenda del baile flamenco. Jean Cocteau dijo de ella que era «el granizo sobre los cristales» y, bajo esta frase, David Prats rescata la figura de la carismática bailaora barcelonesa en este documental de ALL FLAMENCO.

Carmen Amaya en un documental